lunes, 25 de julio de 2011

Los últimos momentos de Evita

El Día del Renunciamiento, después del cabildo abierto del justicialismo y un año antes de la muerte de Evita, el pueblo peronista comprendió con tristeza que ella no integraría la fórmula encabezada por Juan D. Perón, para el segundo periodo 1952-1958. Por aquellos tiempos su enfermedad se conoció oficialmente y se transformó en una cuestión de Estado.

Eloy Martínez[1](1995:118) relató el testimonio de Julio Alcaraz, donde el famoso peluquero de las estrellas y de Evita, desde su época de actriz, evocó el diálogo entre el General y su esposa, cuando él le dijo que su enfermedad era el impedimento para acceder a la vicepresidencia. Alcaraz recordó el dolor de ella: “Nunca voy a olvidar el llanto volcánico que se remontó en la oscuridad... Era un llanto de llamas verdaderas, de pánico, de soledad, de amor perdido”.

La historia de ese período refirió también otro motivo, la negativa de los militares en aceptar su postulación. “Renuncio a los honores, no a la lucha”, fueron sus palabras. No le importaron los cargos, porque sus distinciones más preciadas fueron ser la mensajera de los sin voz y la abanderada de los humildes.

El 4 de junio de 1952, cuando Perón juró por segunda vez como presidente, Evita apareció por última vez en público. Durante el recorrido por las calles porteñas en un cadillac descubierto, junto a su amado compañero, envuelta en un tapado de visión que acentuaba la extrema delgadez, recibió el abrazo final de sus grasitas en reconocimiento por las conquistas sociales, y por hacer realidad sus esperanzas.

Perón en el libro “Del poder al exilio”[2] relató su último diálogo con Evita, un día antes de morir: “No tengo mucho por vivir -dijo, balbuceante-. Te agradezco lo que has hecho por mí. Te pido una cosa más… -Su voz era ahora un susurro-: No abandones nunca a los pobres. Son los únicos que saben ser fieles”.

Su vida se fue apagando en lenta agonía, el 26 de julio de ese año, a las 20.25, el locutor oficial informó: “La Jefa Espiritual de la Nación entró en la inmortalidad”. Félix Luna (1985) narró los días posteriores a su partida, "como si una gran tiniebla descendiera en todos lados". La lluvia la despidió, al igual que ocurrió en los funerales del General. -El cielo también llora la partida de un justo-, pensó una humilde mujer al paso del cortejo, ella le había enseñado el sentido de la justicia social y  la dignificación como persona.

Durante su corta vida los descamisados la amaron como su santa protectora, pero despertó el resentimiento en la oligarquía. “Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra. Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo".Galeano[3] (1990).

Después de su fallecimiento, fue idolatrada por el pueblo y temida por los enemigos. “El vicepresidente[4] se incorporó. Muerta -dijo-, esa mujer es todavía más peligrosa que cuando estaba viva. El tirano lo sabía y por eso la dejó aquí para que nos enferme a todos. En cualquier tugurio aparecen fotos de ella. Los ignorantes la veneran como a una santa”. Eloy Martínez[5] (1995:24,25)

Durante el exilio, Perón[6] lamentó estar lejos y obligado a vivir solamente de esperanzas y recuerdos: “De ella sólo tengo una fotografía, su libreta cívica y la última carta que me escribió el 4 de junio de 1952”. Las pocas palabras que Evita trazó, según el General, eran casi ilegibles. “La caligrafía es irregular... Se asemeja a su respiración tal como la sentí aquella mañana anterior a la de su muerte”.

La dictadura encabezada por Pedro E. Aramburu, secuestró su cuerpo y lo trasladó a diferentes lugares de Buenos Aires, finalmente fue enterrado en Italia, al respecto Walsh[7] (1965) en el cuento “Esa mujer”, perpetuó las palabras del militar de apellido alemán[8]: “La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad”.

Bonasso[9] (1997:173,174) narró cuando Perón recibió el cuerpo en Madrid, luego de transcurridos 16 años desde que la revolución libertadora lo sacó de la Confederación General del Trabajo: “Allí estaba, con el pelo sucio de herrumbre…El anciano la miró con los ojos brillantes. -Es Evita- certificó”.

En sus últimos días, Evita dictó el testamento político titulado “Mi Mensaje”[10], el cual se leyó el 17 de octubre de 1952, desde los balcones de la Casa Rosada, donde expresó: “Yo estaré con ellos, con Perón y con mi Pueblo, para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes de los pueblos”.





1 Eloy Martínez .T. Santa Evita. Planeta. Biblioteca del Sur. Argentina. 1995.
2 Perón. J. D. Del poder al exilio. Cómo y quiénes me derrocaron.  Pág. 62. Buenos Aires. En este libro no consta la  
   editorial ni la fecha de publicación, es una  compilación de artículos escritos por Perón.  
3 Galeano. E. Memorias del Fuego. México, Siglo XXI, 1990
4 Eloy Martínez se refirió al marino Isaac Rojas (1906-1993),que ocupó la  vicepresidencia del gobierno de facto del ’55
5 Eloy Martínez .T. Santa Evita. Planeta. Biblioteca del Sur. Argentina. 1995
6 Perón. J. D. Del poder al exilio. Cómo y quiénes me derrocaron.  Pág. 64.
7 Walsh. R. Cuento “Esa mujer” publicado en el libro “Los oficios terrestres”.  Ediciones de la Flor. Buenos Aires 1965. 
   Es un relato donde los personajes no tienen nombres,  son el entrevistador  y  el  coronel interrogado, el  tema hace   
   referencia al cuerpo desaparecido de esa mujer.
8  Walsh  se refirió al coronel Carlos Eugenio Moori Koenig.  Ese apellido en alemán significa “rey de la ciénaga”, fue  
   uno de los encargados de trasladar el cuerpo de Evita, para impedir que fuera rescatado por peronistas.
9 Bonasso. M. El presidente que no fue. Los archivos políticos del peronismo. Planeta. Argentina. 1997.
  10 Perón. Eva. Mi mensaje. Ediciones del Mundo. Buenos Aires. 1987.  








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